jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 2

Capítulo 2
El misterioso encapuchado se llama Morlan.


Ahogó un grito al despertar. Volvía a encontrarse en la misma asquerosa, húmeda, mohosa y odiada celda de siempre.
Resonaron en sus oídos las sonoras carcajadas de su desquiciado compañero de celda mientras traspasaba el umbral de la puerta de oxidados barrotes negros, arrastrado por dos verdugos con el arrugado y grisáceo rostro oculto tras una gruesa capucha, de la que sólo sobresalían sus puntiagudas y aguileñas narices.
Suspiró y se recostó sobre las frías y duras baldosas, de una piedra semejante a la volcánica, que cubrían el suelo. Ya había olvidado cuánto tiempo estaba en aquel lugar, hacía mucho que había dejado de contar inútilmente los días, qué serían ¿meses, años, siglos, o solamente interminables días que no cesaban aunque lo deseara con todas sus fuerzas? De todos modos, todas las jornadas eran igual de crueles y dolorosas, igual de monótonas y similares, sin descanso alguno para su pobre alma atormentada.
Una cegadora luz cayó sobre sus ojos, ¿era ya de día en aquel lugar? Imposible, el cielo estaba siempre cubierto por una neblina roja, espesa y pegajosa como la sangre, que se pegaba al cuerpo como una segunda piel. Definitivamente no, no era de día, una alta y esbelta sombra se acercaba peligrosamente hacia ella con una antorcha en la mano. Luzbel hecho una ojeada a la espalda de aquel ser misterioso y descubrió que en esta comenzaban dos enormes protuberancias que ocupaban casi toda la estancia y tenían un ligero fulgor a su alrededor. ¿Quién sería? Sin duda, pensó la chica, era uno de ellos. El miedo y la desconfianza calaron sus huesos completamente mientras la sombra acercaba a su rostro la antorcha y una pálida mano aparecía entre los pliegues de la túnica de su visitante y le retiraba la capucha.
-¿Eres Luzbel?- Dijo la misteriosa sombra, con una voz demasiado bella y profunda como para pertenecer al infierno, y mucho menos ser humana.
-Lo soy. ¿Quién eres tú? - Inquirió alzando la barbilla, decidida.
Su visitante volvió a sacar sus manos de la túnica con un gesto elegante y calculado, retirando su capucha. Un fino rostro masculino, de piel blanca como la porcelana, facciones dignas de una bella escultura de marfil, y de cabello oscuro que acentuaba todavía más su tez de gesto serio, e incluso molesto.
-Soy Morlan.-Respondió.
-Un ángel en el infierno, esto sí es una novedad.- Dijo ella con sorna.
-Cierto, pero no soy el único.- Acentuó él, con una fugaz sonrisa, un tanto vengativa.
Ella bajó la vista aturdida, debía averiguar hasta qué punto sabía su intruso, pero tampoco estaba dispuesta a revelar nada.
-Puedo suponer que no es el mismo caso, al menos aparentemente.- Comentó Luzbel.
Y bajando la voz, en un susurro  Morlan dijo:
-Vengo a sacarte de aquí.
-¿A qué precio? -Preguntó ella sin embargo.
-Chica lista, por lo que veo estos últimos años han hecho mella en ti.- Sonrió Morlan.- Pero no quiero nada más a cambio que tú. Nos vamos de esta jaula de locos Luzbel.-
-¿Y quién me asegura que me llevarás a un lugar mejor que este?- Le acusó ella.
-Nadie, al fin y al cabo, fueron los ángeles los que te condenamos a permanecer aquí, ¿o me equivoco?- Dijo él, sin abandonar su cínica, a la vez que pícara sonrisa.
-No, no te equivocas.- Respondió simplemente Luzbel.
-¿Por qué?- Preguntó el ángel.- Eres solo una humana, no me malinterpretes, sabes de sobra lo que opino sobre tu raza pero, ¿tan malo fue lo que hiciste para que te condenaran aquí abajo?- Añadió.

-Primero.- Alegó ella.- No es de tu incumbencia, y segundo, aunque lo fuera ya no importa.- Dijo tajante a su invitado.
-En el fondo te importa. Comentó el ángel sentándose a su lado.
-No es cierto. Respondió Luzbel con un mohín de disgusto, provocando en él una ligera sonrisilla.
-¿Sabías que los condenados solo mueren cuando nada los ata a la vida? Y yo te veo bastante bien.
-Si tanto sabes, no te des esos aires y no me preguntes. Dijo ella, y acto seguido se levantó y cruzó la celda para sentarse en la esquina contraria.
Morlan sabía que no iba a ser tarea fácil ganarse su confianza, pero debía de hacerlo, al fin y al cabo no era un hombre que no cumple sus promesas. <<Claro, que tampoco soy un hombre>> Pensó sonriéndose a sí mismo.
Cruzó la celda de dos zancadas y se agachó en frente de la muchacha, tendiéndole la mano
-¿Qué puedes perder?
- Nada. Le respondió incorporándose de un salto, ignorando totalmente la ayuda que le ofrecía el joven.
Segundos después, solo quedaba un susurro de la conversación de ambos fugitivos y una celda mohosa y vacía.

Aparecieron en un lugar que la muchacha muy bien conocía, la sala de torturas. Iluminadas por las llamas de los candelabros que colgaban de las paredes rocosas, las sombras de los tres demonios se deslizaban a lo largo de la habitación, hasta Luzbel. Paseó la mirada de ellos a Morlan. ¿Qué tenía pensado hacer?
-¡Lucifer! Exclamó Nazlock en un chillido agudo.- Parece que tenemos una grata compañía. Añadió mostrando su horrenda y afilada sonrisa llena de colmillos.
-Heaven. Respondió Lucifer.- Acompaña a la chica al río.
El aludido se levantó de su trono, y se acercó a ella en un suspiro. Estaba mortalmente pálido, observó la muchacha desde la oscuridad de su capucha.
Con el corazón en un puño empezó a caminar a su lado sin apartar los ojos de su rostro. Descubrió que el infierno había hecho mella en su fino rostro. Donde antes había unos angulosos y esculpidos rasgos angelicales, ahora encontraba una piel cenicienta, con extrañas cicatrices en sus pómulos, sus ojos más hundidos y surcados por grandes sombras violáceas. El pelo le caía desordenado y mustio sobre los ojos.

Parecía un hermoso cadáver ambulante. No obstante, sus pasos eran seguros junto a ella.
En cuanto cruzaron la sala, la agarró del codo sin muchos miramientos y la arrastró hasta un pequeño puente. Un inmenso río de lava dividía los dominios de Lucifer de una infinita y yerma llanura de roca rojiza. Era el mismo que de sus visiones.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Capítulo 1

Capítulo 1.
Se conoce la condena de Luzbel

La saca de sus sueños el sonido de los pasos de una persona. Todos los días ella pensaba lo mismo, condenada a verlo siempre sin que él la reconociera. La torturaba continuamente, sentado a lado de la persona más ruin y odiosa que Luzbel conocía. Mientras obligaban al chico a asistir a la escena de sus gritos, era el único que no reía, no la miraba, estaba ajeno a todo, su indiferencia era como vinagre para sus heridas, las cuales nunca se hacía ya que no tenía un cuerpo físico propiamente dicho en aquel lugar dejado de la mano de Dios. Todos los demonios y pequeños diablillos conocían su historia, sin embargo siempre se preguntaba si él la había olvidado tan fácilmente después de todo aquello.
Se asoma para encontrar la repugnante imagen de Nazlock , el hijo de Lucifer.
-Malos días, princesa. Le  dijo.
-Vete al infierno Nazlock. Le respondió ella escupiendo las palabras como si fueran veneno para ella.
-Lo siento monada, ya estoy en él. Contesta el verdugo con una sonrisa socarrona a la par que abre la celda y la toma del brazo y de un brusco estirón la saca detrás de los barrotes sin miramientos acercándola a su demoníaco cuerpo.
-La primera en entrar en escena ,para no dejar de lado las costumbres,¿no preciosa? Dijo mientras le rodeaba la cintura con la cola y la levantaba en el aire.
-Tsk...Que lástima de muchacha, con lo bonita y pura que entraste a este sitio de mala muerte. Le espetó mirándola asqueado -Te estas quedando demasiado delgada ¿verdad?.-Continuó el demonio mientras tomaba un mechón de pelo rubio de su cabeza y lo volvía a soltar con la última palabra.
El rostro de ella reflejó un destello de odio hacia Nazlock y tan pronto como apareció se desvaneció. Detestaba que Nazlock la utilizara como una basta y simple muñeca de porcelana a la cual manosear cuanto quisiera. No soportaba que jugaran con ella así. El nefilim percibió si ligero mohín y se hecho a reír.
-No vales la pena. Le dijo ella a la par que escupía en su casi perfecto rostro.
El híbrido le acarició la barbilla mientras decía : -Adoro que me digas cosas tan dulces. Y después la empujó al suelo en el centro de la sala, justo enfrente de Heaven mientras se pasaba la mano por el rostro limpiando los restos de la saliva de ella riendo como un desquiciado. 
Luzbel alzó la vista y observó al tercero en discordia. Parecía tan peligroso y distante como siempre. Desearía poder ver algún tipo de reconocimientro, sólo eso haría que valieran la pena las torturas de Lucifer y Nazlock cada día.
De pronto él la miró. Reconoció aquel destello en sus ojos : sentimientos; se alegró de que aun ellos hicieran centellear en ambar sus almendrados ojos. Ella dedicó una sonrisa, pero desapareció ésta al darse cuenta de que, como muchas otras veces, no la reconocía, simplemente sentía lástima por ella. Él desvió la mirada. Luzbel se avalanzó hacia Lucifer con odio e intentó asentarle varios golpes y clavarle las uñas en el rostro, pero sólo consiguió que la empujara sin mover un solo dedo haciéndola salir despedida hacia el fondo de la sala, acompañada por el crujir de sus pripios huesos al cochar contra la pared rocosa. Gimió de dolor y se sentó en el suelo. ¿Para qué luchar? Él todavía no reconocía su rostro encapuchado.
Varias sombras se acercaron a ella, le acariciaron las mejillas, las manos, las piernas doloridas , haciéndola gritar de dolor. Ardían, ardían como el agua hirviendo sobre su piel, pese a que no tenía heridas, los demonios transmitían ilusiones a su mente, las cuales provocaban que viera su propia carne llena de ampollas enrrogecidas. Si hubiera estado viva, si tuviera un cuerpo físico, aquel sería el resultado que dicha tortura ejercería sobre ella.
Cuando cesó el ardor todavía estaba intranquila, conocía como la palma de su mano los juegos de Lucifer. Aquella era la más fina de sus torturas. Ahora era el turno de Nazlock, este aparte del dolor físico adoraba hacerla sufir psicológicamente, sobretodo si utilizaba a Haven como cabeza de turco. Estaba segura de que le dirigiría algún tipo de apelativo odioso para provocarla y despúes una cruel tortura, seguido de una humillación inminente, todo esto acompañado por sus desquiciadas y sonoras carcajadas.
-Mi turno, bonita. Comentó Nazlock como había previsto Luzbel.

Se resquebrajó el suelo bajo sus pies y aparecieron centenares de repugnantes y sonoros insectos, reconocibles a la vista : Langostas.
Nazlock empezó a reír como un demente, todas ellas la rodearon y la alzaron en el aire, se colaron por sus raídas ropas y picaron su piel. Cada pequeño picotazo, introducía en ella un veneno temporal. Paralizada, más indefensa que en un principio y ridiculizada, las langostas la pasearon por delante de los tres demonios, hasta que la dejaron caer cruelmente a los pies de Heaven. Luzbel sólo tuvo tiempo de incorporarse pesadamente y ver como él dirigía la mirada hacia otro punto, no quería verla. Cuando traidoras lágrimas amenazaban con salir de sus ojos un fuerte golpe en el pecho contra la nada la hizo caer de bruces al suelo y todo se tiñó de azabache.
Se despertó en la significativa jaula de siempre, suspendida en un infinito mar de sangre, donde flotaban los cuerpos de antiguos familiares suyos, cortesía de Nazlock.
Observó pasar las ilusiones de sus amigos, hacía tantos años...
Sabía que no eran reales, pero no podía evitar que lágrimas rebeldes surcaran por sus mejillas al ver sus miradas vacías y sin vida.
El suelo de su jaula se desprendió y ella cayó sobre unas afiladas rocas. Sin heridas, volvió a sentir la sensación de dolor en su cuerpo, provocada por algún oscuro ente que había decidido pasar sus horas muertas colaborando con su tortura, aquel que debería haber sentido, un dolor insoportable desgarrando sus entrañas, y el sabor a sangre ,que no volvería a derramar, en su boca. Los castigos que más le dolían eran aquellos, y todo el Inframundo disfrutaba gratamente viéndola llorar y sufrir. Todos reían menos uno, aquel que imponía aquel tipo de torturas tan sumamente crueles sobre ella.

Después de vagar por la ilusión de su propio infierno, siendo atacada por sus propios amigos y familiares, aunque el verdadero ataque hacia ella lo causara aquel que, jamás le haría ningún daño. Pero allí, era otra cosa.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Prólogo

Prólogo
 Heaven estira su ancha espalda y mira aquel cielo de nubes rojas y espesas que ahora rodean todo el infierno. ¿Cómo estaría ahora ella? ¿Qué haría? ¿Seguirá viva allá donde esté? Hacía tanto tiempo que esperaba y anhelaba noticias suyas, sabía que era imposible recibirlas, pero en él nunca se apagó la llama de la esperanza de mantenerla con vida entre sus brazos una vez más.
Se acomoda en su desvencijado trono y cierra los ojos mientras ignora, como muchas otras veces ha hecho, los lamentos y ruegos de otro pobre e infeliz condenado. Rememora sus palabras, formadas en su mente infantil y expresadas por sus labios, llenas de incertidumbre y dulzura, ella nunca llegó a comprender, era tan irresistiblemente inocente. 
Recuerda aquel último abrazo que lo acompañó mientras lo separaban de sus blancas y plumosas alas, ya impuras a ojos del paraíso, mitigando el infinito dolor que todavía no ha olvidado, ¿Qué habrían hecho con ella aquellos desgraciados? Utilizó aquel día sus últimos ruegos como ángel para liberarla de su futuro castigo, y aunque probablemente fueran en vano, todavía continuaba rogando cada momento que ella continuara viva, con la incondicional esperanza de volverla a ver...